jueves, 1 de octubre de 2020

El diálogo: ¿La salvación del héroe o la perdición del torturador?

 

La obra “Pedro y el Capitán”, de Mario Benedetti nos plantea una idea distinta de la relación torturador-torturado, donde a través del diálogo se invierten los roles y el lector se plantea quien realmente termina siendo la víctima.

Inicialmente en el prólogo, Mario Benedetti nos da una idea general de lo que es la obra : “Una larga conversación entre un torturador y un torturado, en la que la tortura no estará presente como tal, aunque sí como la gran sombra que pesa sobre el diálogo.”. En este sentido, el concepto que se lleva todo el crédito y termina siendo el enfoque de la obra es justamente el diálogo, el cual indirectamente provocará tortura, y a través de este, se expresará la ambigüedad de quien está siendo torturado.

Entonces, ¿Es realmente el Capitán el torturador, y Pedro su víctima? Al principio puede que esto sea lo más sensato y lógico, basado en lo que nos va narrando la obra; Pedro es un preso político, entra con capucha a la escena  y ha sido violentamente golpeado, mientras que el Capitán se presenta uniformado e impecable,  y debe interrogar a Pedro. De no lograr sacarle información, se recurrirá a la violencia. Sin embargo, a medida que va avanzando la obra y se comienza con el diálogo esta relación no será tan evidente.

Primero el Capitán usará todos sus recursos lingüísticos para “caerle bien” a Pedro y conseguir información. El Capitán es el único hablando y mientras espera quebrar el silencio de Pedro, él mismo está sacando a la luz secretos suyos. Sin darse cuenta el Capitán habla más de lo que debe y la herramienta que se supone está utilizando para acabar con su víctima (lograr que esta hable), irremediablemente acabará con él mismo (su perdición).

De hecho , en ese juego que tiene de tratar a Pedro como un amigo, comete el error de involucrarse demasiado, mostrándose como hombre y permitiéndole a su interrogado llegar a conocer exactamente qué tipo de persona es él, y esto no es casualidad pues aquí es Pedro quien está recolectando toda la información del Capitán y no al revés ,como debería estar siendo: “En su afán de extraerme lo que sé y lo que no sé, usted no advierte que se va mostrando tal cual es”. (Benedetti, 1979, p. 34).
Otro ejemplo clave es cuando el Capitán se jacta de sus habilidades, lo cual le permite a Pedro identificarlo como un hombre arrogante, que se cree superior a los demás: “Mi especialidad no es la picana, sino el argumento. La picana puede ser manejada por cualquiera, pero para manejar el argumento hay que tener otro nivel”. (Benedetti, 1979, p. 18).

Además de estos dos ejemplos, hay una frase dicha por el Capitán que será esencial para entender el desenlace y por ende, el cambio de roles: “Nosotros no podemos dejar de apreciar en ustedes la pasión con que se entregan a una causa (…)”. (Benedetti, 1979, p. 19). Esto representa un punto débil, donde Pedro puede cavar y acabar con su supuesto torturador  (de hecho la idea de esta misma frase se le va a devolver al Capitán sin darse cuenta).

Luego, cuando Pedro empieza a hablar, lo hace de manera precisa permitiéndonos observar el poder que este va ir teniendo sobre el Capitán y como su discurso va a influenciar en la conducta de su torturador, llevándolo hasta el límite (su salvación). Esto se denota cuando Pedro describe el tipo de persona que es el Capitán, pero su diagnóstico no es compartido por él, quien pierde la calma, y le grita que se calle (aun cuando esperó toda una escena a que hablara) : “¡Cállate!” “¿Cómo? ¿No quería que hablara?”. (Benedetti, 1979, p.37). Aquí queda plasmado que sin importar la imagen que muestre el Capitán, bastará que Pedro se manifieste a través del diálogo para que se derrumbe la supuesta estabilidad y el papel del Capitán.

Consecuentemente, Pedro hará uso de toda la información que el Capitán voluntariamente le proporcionó para convertirse en el “torturador” y humillar a su interrogado. No solo aprovechará la nueva información, sino que también, lo hará perder la paciencia al saber con qué oraciones justo atacar: “No puede competir con sus colegas de la noche. Ellos lo hacen muchísimo mejor”. (Benedetti, 1979, p. 40). De esta manera afecta especialmente al Capitán pues anteriormente pudo deducir que este se creía superior a los demás.

Lo más singular de esta nueva interacción, es que a lo largo de la obra, Pedro nunca hace uso de la violencia, sino que con el mero poder del diálogo hace notar la cualidad de este como “arma de tortura”, despedazando al coronel.

Finalmente, hay un diálogo importante que, como explicitado anteriormente, se va en contra del mismo Capitán, evidenciando finalmente el cambio de roles.

En la primera escena el Capitán exclama: “Nosotros no podemos dejar de apreciar en ustedes la pasión con que se entregan a una causa”. Esto es irónico puesto que quien ahora se está entregando con pasión a una causa es el Capitán y no Pedro, como era inicialmente (siendo la causa sacar información, que incluso se denota mucho más la pasión con la que se entrega, al haber reducido su objetivo: ya no pide 4 nombres y 4 apellidos,  más bien le permite a Pedro elegir 1). El Capitán queda en el papel de víctima. Él es quien necesita apasionadamente de esa “causa” para poder justificarse como ser humano.

Mientras tanto Pedro muere, pero no como víctima, sino como héroe y no cualquier héroe: uno que supo torturar sin violencia hasta el máximo a su enemigo, utilizando únicamente el diálogo.

Por último un detalle no menor, es la descripción del desenlace donde “las luces iluminan el rostro de Pedro” dando a entender que Pedro murió como un vivo (héroe) mientras que el Capitán derrotado y en las sombras, vive como muerto (víctima).

                 

                                                                                                                        Antonia Pizarro Sánchez


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