¿El torturador no cambia y no cambiará nunca? [Pedro y el Capitán, Mario Benedetti]
¿Qué puede empujar a un ser humano a torturar a otro, a convertirse en un torturador?, ¿Cómo puede llegar a casa y saludar a sus hijos, hijas y esposa, como si nada hubiese pasado?, ¿Cómo puede dormir sin que le atormenten las atrocidades que ha cometido…? Esas son las preguntas que se lanzan al aire en “Pedro y el capitán”, el grandioso texto de Mario Benedetti. De forma consecuente se cuestiona la tortura institucional en tiempos de las dictaduras uruguaya y argentina de los años setenta del siglo XX. La tortura psicológica del militar se enfrenta a la resistencia muy fuerte del detenido, que es torturado físicamente siempre para comenzar el interrogatorio con el fin de hacerle confesar de sus “delitos". En busca de algo que sólo Benedetti ha sabido impulsar artísticamente, aparece la fortaleza física, ideológica y mental de un luchador (Pedro el torturado).
Aparece en la obra el resultado de la tortura, o sea, el ir acabando momento a momento con la vida física del revolucionario, y como en cada sesión de interrogatorio, la dignidad del torturado crece, hasta elevarse a estar sobre el “Capitán” y toda su actitud represiva. A pesar de este cambio que se ve infligido por los golpes, la actitud, el desarrollo, no se ve afectado por nada en el torturador. Así mismo se puede apreciar en la siguiente cita, cuando se nota lo poco sumiso que se vuelve derrepente Pedro momento después, frente a una situación de tortura:
"CAPITÁN: No, no es eso. Lo que pasa es que usted... (Se interrumpe, sorprendido; da unos pasos en la habitación.) ¿Usted? ¿Y ahora por qué, así de repente, dejé de tutearlo? (Por primera vez Pedro sonríe.) No, no se ría. Sentí de pronto que debía tratarlo de usted. Nunca me había pasado eso.
PEDRO (siempre sonriendo): No te preocupes, en compensación yo voy a tutearte.
CAPITÁN (asiente con la cabeza): Está bien. Me parece justo."
De esto cabe destacar que el torturado cambia su actitud, desde una más pasiva a una más confrontacional, respecto a cómo se estaba comportando antes en la obra. Por otro lado, a pesar de que pareciera como si el que se comporta distinto es el capitán, en realidad sus pensamientos y objetivos van a seguir siendo los mismos de antes. Es más, va a sentirse mal, porque no va a poder cumplir sus objetivos como torturador.
Desde mi punto de vista esta obra nos revela algo muy aterrorizante, y es el hecho de que al final de esta el capitán se da cuenta del daño y lo que realmente significa estar en su posición, pero lo que más le urge es no poder recoger absolutamente nada de información a Pedro:
“CAPITÁN: Pedro, usted está muerto y yo también. De distintas muertes, claro. La mía es una muerte por trampa, por emboscada. Caí en la emboscada y ya no hay posible retroceso. Estoy entrampado. Si yo le dijera que no puedo abandonar esto, usted me diría que es natural porque sería abandonar el confort, los dos autos, etcétera. Y no es así. Todo eso lo dejaría sin remordimientos. Si no lo dejo es porque tengo miedo. Pueden hacer conmigo lo mismo que hacen, que hacemos con usted. Y usted seguramente me diría: “Bueno, ya ves, puede aguantarse.” Usted sí puede aguantarlo, porque tiene en qué creer, tiene a qué asirse. Yo no.”
En realidad, la preocupación que tiene por Pedro es menor, y esto me lleva a pensar en como cualquier tipo de hábito, sea bueno o malo, nos puede transformar radicalmente a tal punto en el cual se nos sea casi imposible volver. Pero algo aún más increíble es, cómo pudo haber existido el hábito de torturar a una persona desconocida, y como este torturador minoriza todo tipo de empatía con el torturado, aún sabiendo que lo que hace está mal. A pesar de todo, lo peor es que nada de esto fue provocado por el torturador. Así mismo como el torturado teme de ser torturado, el torturador teme no poder torturar a alguien, porque también pone en juego su vida.
Concluyendo me consta decir que la formidable obra de Mario Benedetti plantea muy bien la cuestión de saber si los sentimientos del torturador son legítimos, o no. ¿Logró conmoverse finalmente el Capitán? ¿Sintió lástima de Pedro o de sí mismo al constatar en quién se había convertido? Estas preguntas son las que un lector se haría después de comprender esta obra y son las mismas que la gente se hace a la hora de objetivar la historia dictatorial.
Matías Marín
Este interesante comentario me muestra que cada lectura y relectura de "Pedro y el Capitán", en mi experiencia, implica nuevos e intensos cuestionamientos. Preguntarse, por ejemplo, cómo puede el torturador llegar a su casa, abrazar a su esposa y a sus hijos como si nada horrible hubiese hecho, cómo puede relajarse, sentarse en su sillón favorito y sentir que toda su vida cabe en una taza de café si tiene las manos llenas de impudicia. Charly García cantaba "...imaginen a los dinosaurios en la cama" ¿Les sería posible hacer el amor después de haber participado en una sesión de tortura? ¿Podrían realmente sentir empatía por alguien?
ResponderEliminarOjalá no dejemos de pensar en lo que nunca más debe pasar en ningún país del mundo, seres humanos dañándose sin piedad, ocasionándose dolores de por vida, cicatrices indelebles. Para que nunca más. Nunca más.
Claudia Mery