En primer término, está la ficción
inherente a la literatura. Al no ser un relato completamente fidedigno con la
realidad, el autor se puede dar licencias al momento de pronunciarse sobre la
situación política. En comparación al historiador, lo importante no es el
contenido fáctico, sino el mensaje que el autor pretende transmitir con el
relato. Esto permite que la literatura pueda proporcionar una narración más
cercana respecto a lo ocurrido. Así, se puede hacer más efectiva la llegada del
mensaje al lector, sin necesidad de tener que inventar una historia totalmente
nueva y desconectada de la situación ocupada para mostrar descontento, por ejemplo.
En su narración “Tengo miedo torero”, el chileno Pedro Lemebel cuenta la
historia de un homosexual que accidentalmente termina por inmiscuirse dentro
del grupo encargado de realizar un ataque terrorista contra el dictador
Pinochet. En su relato, Lemebel también retrata la tensión y el temor presentes
en la sociedad chilena de 1986 a raíz de la situación política. A ciencia
cierta, no se sabe con precisión las diligencias internas del grupo terrorista
para llevar a cabo el atentado. Sin embargo, esta situación creada por el
autor, donde el protagonista participa indirectamente del atentado, consigue
transmitir el clima de tensión y la situación de ciertas minorías sexuales en
el Chile de aquella época. Por tanto, lo preponderante no era ser exacto con las
gestiones internas del grupo terrorista, sino transmitir, mediante la ficción,
la seria situación política del país en aquellos tiempos.
En segundo lugar, la literatura posibilita
“poner sobre la mesa” ciertos temas controversiales a nivel político. En las
dictaduras latinoamericanas, como ya se mencionó, se persiguió a los
detractores de los gobiernos, y a muchos, se les torturó. Ya sea porque de por
sí la tortura es un tema sensible de tratar, o porque existe falta de
registros, la tortura es un tema tabú en nuestra sociedad. Imaginarse una situación
de tortura es difícil de por sí, e imaginarse lo que un torturado o torturador
puede sentir al momento de la tortura es casi imposible. No obstante, en su
obra “Pedro y el Capitán”, el autor uruguayo Mario Benedetti permite formarse
una imagen de una hipotética situación de tortura. Mediante una situación inventada por el
escritor, Benedetti logra ilustrar cómo se lleva a cabo un interrogatorio
post-tortura física. Al mismo tiempo, uno se percata de cómo los personajes
interiorizan esta situación de tortura y las emociones que afloran con el desarrollo
de la historia. Si Benedetti no se hubiera atrevido a escribir una obra
ficticia con relación a la tortura, esta inhumana situación sería aún más lejana,
y con esta obra, sólo reafirma la idea de que la tortura es inhumana por donde
se le mire. El mero hecho de intentar retratar, mediante la ficción, una
situación de esa naturaleza ya trae a la palestra el tópico de la tortura, y
con esto, logra denunciar las ocasiones de tortura llevadas a cabo por las
dictaduras latinoamericanas, algo que solamente con registros históricos, no se
podría conseguir como lo hace Benedetti.
Por último, la literatura queda
marcada de una manera u otra en el tiempo y el espacio. Hay un proverbio latino
que dice que “las palabras vuelan, pero lo escrito queda”[1].
En este caso, no se refiere necesariamente a mantenerse escrito en un papel,
sino a quedarse impregnado en el imaginario de las personas. La literatura
provee historias. Largas, cortas, entretenidas, aburridas, verosímiles o inverosímiles.
Da lo mismo. Al momento de leer, el lector se introduce en el libro, y se
impregna de este relato. Cada uno a su manera. Si un autor pretende expresar su
malestar respecto a la situación política en un libro sutil o evidentemente, está
de Perogrullo que el lector va a captar en mayor o menor medida el mensaje del
autor, por lo que, independiente el pensamiento político del lector, el autor
logra manifestarse en contra de cierta situación. O sea, la literatura es un
vehículo para manifestar el descontento en el ámbito político, ya que, el
lector va a entrar en contacto con ese sentimiento del autor expresado en una
historia.
En conclusión, la literatura es
un efectivo método de protesta político, debido a que logra transmitir el sentimiento
de descontento, pese a modificar en cierto modo la historia real para fines literarios.
También, porque permite denunciar ciertos temas que de otra forma sería bien
difícil de discutir, como la tortura, y, ya que, de una u otra forma, logra
hacer llegar al lector, el sentimiento de descontento del autor. Si alguien todavía
continúa dudando de la efectividad de la literatura como método de protesta
político, pregúntense por qué tanto la Corona Española como los regímenes totalitarios
soviético y nazi llevaron a cabo la censura de ciertos libros dentro de sus
territorios. No fue precisamente porque ocuparan espacio en los estantes.
Juan Pablo Cardemil M.
[1] https://es.wikipedia.org/wiki/Verba_volant_scripta_manent#:~:text=Verba%20volant%2C%20scr%C4%ABpta%20m%C4%81nent%20es,vuelan%2C%20lo%20escrito%20queda%22.&text=En%20espa%C3%B1ol%20se%20dice%3A%20lo,se%20las%20lleva%20el%20viento.
Tal como planteas Juan Pablo, la literatura siempre ha sido un poderoso medio para disentir, para protestar y para denunciar. En muchas situaciones podríamos decir que se convierte en la voz de los sin voz; en los ojos de los que no pueden ver o simplemente no quieren ver. En nuestra América Latina son muchos los autores que a través de sus páginas se han atrevido a revelarnos abusos de distinta índole y muchos de ellos debieron pagar un alto precio por su osadía.
ResponderEliminar¡Excelente reflexión!
Claudia Mery