por Isidora González
Fue en 1979, año previo al comienzo de la lenta apertura política en Uruguay, cuando la obra dramática “Pedro y el Capitán” fue publicada en México. Mario Benedetti, aclamado autor uruguayo, se atreve, sin pelos en la boca, a retratar la cruda realidad que sufren muchos durante la dictadura: la tortura. Si bien, muchos autores latinoamericanos han desarrollado una infinidad de textos acerca del mismo tema, Benedetti recurre al género dramático para poder impactar a la audiencia de una manera muy eficiente. Esto recae en el hecho de que la trama de la producción, una simple conversación entre dos hombres en un contexto insólito, da paso a que la presencia de la tortura sea indirecta, logrando así que el espectador juzgue agudamente el proceso de degradación del ser humano. El mensaje se entrega sin desvíos y manteniendo en todo momento la atención del público.
Ciertamente el autor tiene un objetivo claro: indagar la psicología de un torturador y un torturado, asimismo la naturaleza de las distintas vivencias y/o conductas que causan la transformación de un individuo a un torturador.
Por un lado la política y la psicología van codo a codo en el dilema de la creación del torturador. La política del terror se plantea e impregna en la sangre del individuo una vez dominada su humanidad y su criterio. Cuando la valoración de uno mismo se reduce a no mancharse las manos, a ser el policía “bueno”. Esta situación se ve directamente en la persona del Capitán. No presenta convicciones establecidas, ni orientación política. Se deja ocupar como otra pieza en el ajedrez de la dictadura, donde se apropia de este deber divino que se le es dictado: hacer hablar al encarcelado. “Porque sólo así me sentiré bien ante mi mujer y mis hijos. Sólo me sentiré bien si cumplo mi función, si alcanzo mi objetivo. Porque de lo contrario seré efectivamente un cruel (...)” (Benedetti, 1979, p.46). Solo por este medio, ningún otro, salva a su persona y puede considerarse como tal, así es como él logrará distanciarse del placer inhumano que le genera el pesar del otro: “Yo no soy un monstruo insensible, no lo soy todavía.” (Benedetti, 1979, p. 65).
Por otro lado se identifica un juego de palabras y conceptos que determina la relación que se establece entre el Capitán y Pedro. Este último se da cuenta de la potencia que tiene su palabra en la descomposición de la persona del Capitán y cómo la reflexión y el autoanálisis que hace
atenta contra la determinación de su torturador. Esto se ve, en primer lugar, en la insistente negativa de Pedro durante los cuatro actos que progresivamente va deteriorando, literalmente, al Capitán: “El CAPITÁN está en el sillón, meciéndose como ensimismado. Ha perdido la compostura (...)” (Benedetti, 1979, p. 49).
El poder de la palabra reside en la intimidad que propaga. Esta desarticula la deshumanización por la que pasó Pedro, cediendo paso a la fragilidad humana del Capitán. De este modo, este personaje utiliza como último recurso, antes de caer completamente en la emocionalidad, el nombre “real” de Pedro. A pesar de la importancia que tienen los nombres y los apodos para el Capitán, Pedro no se conmociona ni un poco, dada su fuerte composición identitaria a diferencia de la del torturador.
Existe una fuerte denuncia por parte del encarcelado hacia el comportamiento del torturador. No solo lo trata de “tú”, arrebatándole la autoridad que le “corresponde por defecto”, sino también manipula emocionalmente al Capitán reduciéndolo a un miserable hombre destinado a la soledad: “También estoy dispuesto ayudar a que Inés te quiera (...) Porque no sabe exactamente en qué consiste tu trabajo”
CAPITÁN: Quizá se lo imagine
PEDRO: No. No se lo imagina. Si lo imaginara, ya te habría dejado. (...) Y también quiero ayudarte a que tus hijos (el casalito) no te odien.
CAPITÁN: Mis hijos no me odian
PEDRO: Todavía no, claro. Pero ya te odiarán. (...)
Es lógico. Y a partir de esa revelación, empezarán a odiarte. Y nunca te perdonarán. Nunca los recuperarás.” (Benedetti, 1979, p.77-79). Mediante este muñequeo Pedro termina reivindicando su legitimidad como individuo, desata mente de cuerpo y se libra de la tortura.
Para finalizar, encuentro necesario valorar el gran trabajo que hizo Benedetti con esta obra. No cualquiera es capaz de permitirle a una persona adentrarse, en cuerpo y alma, a una situación tan abominable como esta, sentirla así de cerca. Él consiguió describir lo indescriptible, explicar lo inexplicable, y para alguien como yo, quien tuvo la suerte de no experimentar las manías de una dictadura, es realmente valiosa la perspectiva que nos entrega a través de “Pedro y el Capitán”.
Fuentes: Benedetti, M., (1979). Pedro y el Capitán. México, Editorial Nueva Imagen.
Isidora, excelente comentario. Realmente el autor nos conduce a la mente y al corazón de sus protagonistas y, en gran parte, ahí reside el gran valor de esta obra. El último párrafo es buenísimo.
ResponderEliminarC.Mery