jueves, 25 de agosto de 2022

El peso de la tortura

Por :Andrés Rengifo , sobre la obra  "Pedro y el Capitán"



 En la vida de Mario Benedetti los temas políticos han sido una constante, su exilio y el hecho de haber sido espectador de los sucesos acaecidos en Latinoamérica en referencia a los múltiples golpes de estado y gobiernos dictatoriales, no le fueron ajenos.

La obra Pedro y el Capitán (1979) fue concebida inicialmente como novela, pero finalmente significó el afortunado reencuentro del escritor uruguayo con el teatro. En la obra el intento de comprensión de una de las manifestaciones de la violencia engendrada por sistemas políticos represivos, el tenso diálogo desarrollado en la sala de interrogaciones entre víctima y victimario, conforman una verdadera radiografía dramática de la psicología de un torturador. La obra se compone de cuatro actos en los que no se percibe el enfrentamiento de un monstruo y un santo, sino de dos hombres, dos seres de carne y hueso, ambos con profundas zonas de vulnerabilidad y de resistencia. La distancia que los separa es, sobre todo, ideológica; y quizá ahí es donde reside la clave de otras diferencias, que abarcan temas tan sensibles como la moral, el ánimo, el dolor humano, el coraje y la cobardía, la poca o mucha capacidad de sacrificio, la brecha entre la traición y libertad.

La obra busca hallar respuestas al por qué y mediante qué proceso, un ser normal puede convertirse en un torturador. A pesar de que el tema de la obra gira en torno a la tortura, esta no es mostrada como hecho físico al ser representada, Pedro y el Capitán es una de aquellas obras que producen un remezón, un cambio en quienes la leen o presencian. El diálogo entre un sujeto que apreciamos como insensible, duro e inhumano, y otro que es una víctima, un hombre valiente que ha caído por sus convicciones e ideologías, son conceptos demasiado obvios para ser tratados, en cambio indagar sobre aquellas conversaciones que todos sabemos existen, pero que desconocemos cómo se producen, nos ponen al frente una obra completamente novedosa e intrigante.

Al comenzar a leer la obra, uno tiene la imagen de que el torturador es un ser ruin, malvado, y que no escatimará esfuerzos en obtener la información que pretende. Por otra parte aparece el torturado como un ser débil, que pretende aguantar la mayor cantidad de tiempo posible los castigos y a los que se le someten, por lealtad a su ser y compañeros, a sus ideologías y creencias.

Pedro encarna una especie de conciencia enmascarada, oculta, pero presente en el Capitán. Sus diálogos fluyen de una manera pausada. En el inicio es el Capitán el que ejerce un monólogo conciliador frente a un ya maltrecho Pedro, para que este le entregue la información deseada. Sin embargo, Pedro se niega. El Capitán no incurre en maltratos físicos, pero cada vez que se entrevista con Pedro lo encuentra más demacrado y dañado. Es en ése instante cuando el Capitán y Pedro comienzan a hablar con franqueza, ya no del tema que se supone los atañe, sino de cómo realmente son como personas, de sus vivencias. Se produce entonces una abertura humana, en la que el lector ya no difiere entre el «malo» y el «bueno», sino que se ve frente a un diálogo completamente humano. Finalmente Pedro le hace ver al Capitán su dolor y amargura que lleva dentro y que esquivaba, pero que Pedro desnuda con su honestidad y valentía, valores tan marcados y visibles en Pedro que conmueven hasta más duro, al torturador.






Pedro y el Capitán nos muestra cómo, en un escenario tan tenso, dos seres humanos llegan a conciliar sus ideas, a compartir y sentirse semejantes, a pesar de ser enemigos. La obra está llena de emoción y apela a lo más intrínseco del ser humano. Es una obra con un profundo contenido ético, y la forma en que la historia es narrada permite un entendimiento rápido y hace que el lector se inmiscuya en ella y que le sea ineludible el deseo de conocer el final.

Podría concluirse que Pedro y el Capitán juega, de cierta forma, el rol de un documento histórico aún no develado en Latinoamérica, ya que muestra una de las posibles relaciones entabladas entre víctimas y victimarios, o al menos la idea de que algo parecido pueda haber ocurrido en los distintos procesos de tortura vividos en Sudamérica. Jamás conoceremos los tratos, las conversaciones y las vivencias que experimentan un torturador y su víctima -a menos que tengamos la desgracia de haberlo experimentado- pero Benedetti nos demuestra -dejando a un lado su postura política y el sufrimiento por el que atravesó con su exilio- que detrás de cada rostro, de cada acto o ejercicio, por muy aberrante que este sea, siempre existe un ser humano, y su condición no podrá cambiarse por las circunstancias. Lamentablemente, una vez concebido el crimen, el tiempo no puede dar marcha atrás, a pesar del arrepentimiento que, en ocasiones como en la historia de Pedro y el Capitán, resulta ser la peor de las torturas.


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